Festival de cocina chilena

Desde el 25 al 27 de junio, el restaurant Agraz del Hotel Caesar Park Buenos Aires ofrecerá un Festival de cocina chilena organizado por Pro Chile a partir de las 20.30 hs. La cena a la carta en cinco pasos, con maridaje de distintos vinos chilenos, será diseñada por Rodrigo Barañao Garcés, un chef con restaurant de autor en el exclusive barrio de Providencia de Santiago y un programa de cocina de televisión donde la protagonista es la comida típica chilena con toques de actualidad. Será preparada por el chef chileno invitado y por Micaela Conesa, la chef ejecutiva del Caesar Park Buenos Aires. Costará 190 pesos, incluidos los vinos. Reservas al 4819-1129.

Caminatas y paseos guiados en lancha por el Delta

Todos los sábados, domingos y feriados, el Centro de Guías de Tigre y Delta del Paraná ofrece caminatas guiadas y visitas a diferentes lugares de interés en Tigre y el Delta. Por ejemplo, mañana, el 21 de junio, a las 16 hs, habrá una caminata gratuita de una hora por el Museo de la Reconquista en Tigre, que evoca los hechos históricos ocurridos en 1806 cuando las tropas inglesas se apoderaron de Buenos Aires y fueron derrotados luego que Santiago de Liniers (1753-1810), el militar francés que en ese entonces se desempeñaba como jefe de la estación naval española en Buenos Aires, desembarcó con tropas de refuerzo en Tigre.

El punto de encuentro es Av. S. de Liniers y Calle Padre Castañeda. Además, desde las 12.30 hs y cada hora, hay paseos guiados de una hora en lanchas de Líneas Delta (Stand Nº 6 del la Estación Fluvial) en que la guía explica las historias detrás de los clubes de remo, el Museo Naval Argentino, las casonas de veraneo de principios del siglo pasado, el Tigre Hotel y ex Tigre Club, la Escuela Nº 8, la Capilla Nuestra Sra. de Luján, el Museo Casa Domingo Faustino Sarmiento, el Puerto de Frutos, el Casino Trilenium y el Parque de la Costa. Se paga el valor del pasaje. Socios del Centro también conducen caminatas de dos horas y media en la zona de Tres Bocas en el Delta que ponen al visitante en contacto con la naturaleza y con los pobladores de las islas. El punto de encuentro de estas excursiones, que empiezan en lancha, es el stand de Todo Delta (Nº 2 en la Estación Fluvial) a las 14.45 hs. Cuesta 25 pesos con pasaje ida y vuelta incluido. Para mayor información, visite http://www.tododelta.com.ar/, o llame a Gabriela al 4749-4770 o a Luisa al 4743-1648, o al stand de Todo Delta al 4731-3555.


FOTO CRÉDITOS: Diorama del desembarque del Capt. Santiago de Liniers en Tigre, en el Museo de la Reconquista; lancha colectiva en el Delta. Ambas fotos de Bonnie Tucker.

Galerías de arte en aeropuertos argentinos

En mayo y junio, EspacioArte, el programa que difunde las obras de artistas locales en los aeropuertos argentinos concesionados a Aeropuertos 2000, inauguró nuevas galerías en los aeropuertos de Puerto Iguazú (foto) y Mendoza, respectivamente. A través de este emprendimiento cultural, artistas de diferentes partes del país exponen sus obras en los aeropuertos que participan del programa, que ya financia muestras itinerantes en sus galerías en las terminales de Salta, Jujuy, Resistencia, Córdoba, Buenos Aires, Mar del Plata y Bariloche. Próximamente serán inaugurados nuevos galerías EspacioArte en las de Bahía Blanca, Tucumán y Neuquén. De esta manera, los pasajeros que transitan estas terminales acceden a un contacto con obras que tal vez no tendrían de otro modo y los artistas tienen la oportunidad de exhibir en otras ciudades además de aquella en la que residen, sin necesidad de que incurrir en gasto alguno.

FOTO CRÉDITOS: Inauguración de EspacioArte en el aeropuerto de Puerto Iguazú, Aeropuertos Argentina 2000.

Transporte gratuito al shopping del puerto de Tigre

Todos los sábados y domingos, Mercados del Delta, el nuevo paseo de compras en el Mercado de Frutos de Tigre, pone a disposición de los compradores un colectivo gratuito que sale del estacionamiento frente a la terminal ferroviaria cada media hora desde las 11.30 hasta las 19.30. Por ordenanza municipal, no se permite circular con autos dentro del Mercado debido al congestionamiento producido por los miles de personas que van allí esos días. También se puede ir caminando; sólo ocho cuadras median entre la terminal y el Mercado de Frutos. Pida un mapa en la Oficina de Turismo en la Estación Fluvial frente a la terminal. El centro de compras ocupa los galpones del puerto que Casa FOA, la exposición de diseño y decoración, reacondicionó para su 25ª edición el año pasado. Sus 48 exclusivos locales, patio de comidas, juegos para niños y espacio para exposiciones culturales están abiertos desde las 10 hasta las 19 hs de martes a viernes y hasta las 20 hs los sábados, domingos y feriados. Da un toque de modernidad al Mercado de Frutos, donde uno todavía puede encontrar muebles de mimbre, plantas y otros productos del Delta. También atiende la demanda de la afluencia masiva de consumidores de fin de semana, de quienes más de 100.000 hicieron compras, comieron y asistieron a espectáculos allí durante los cuatro días de la última Semana Santa. Vea más en http://www.mercadosdeldelta.com.ar/.

FOTO CRÉDITOS: 25ª edición de Casa FOA en el Mercado de Frutos en Tigre, precursor del centro de compras Mercados del Delta, Bonnie Tucker

Aventura en el Aconquija

Tres días para recordar.

Bonnie Tucker / FST
Yo soy una loca de las cabalgatas. Me gusta subirme a un caballo y enfilar hacia cualquier lugar en las montañas que quede lejos de las ciudades. El objetivo no es tanto el destino, sino el viaje a caballo en sí. Con el primer paso del animal en la dirección de lugares altos con vistas desbordantes, ya me siento mejor.
Dormir en una carpa no es lo mío, pero como forma parte de la mayoría de las experiencias asociadas con las travesías montadas en zonas aisladas, acepto sin chistar, siempre que cabalgar esté de por medio. Así que bien puede imaginarse mi alegría en noviembre del año pasado cuando Cabra Horco Expediciones me invitó a participar de una cabalgata de tres días en la Sierra del Aconquija entre San Miguel de Tucumán y Tafí del Valle, con pernoctes en una casa de familia y la coqueta hostería de la reserva natural Las Queñuas, en el medio de la naturaleza pura.
Nicolás Paz Posse, el prestador, me había sido recomendado por una agente de viajes amiga mía, que es muy exigente con respecto a caballos, equipos, seguridad, recorridos y servicio en general, de modo que no fue difícil convencerme. Hasta había ganado el Premio Lugares al mejor prestador de aventura en 2008.
En sus años de la secundaria, Nicolás y los otros jóvenes que trabajan con él empleaban sus vacaciones de verano en explorar a caballo todo el Aconquija por el sólo placer de hacerlo, y disfrutan de compartir sus experiencias con los demás. La mayoría son egresados universitarios en carreras tales como derecho o administración de empresas, pero la atracción de las montañas es tan fuerte que han encontrado la forma de desempeñar ambos papeles turnándose en las cabalgatas que realizan con clientes.

Los turistas extranjeros no se dan cuenta de cuánto los apellidos de algunos de ellos tienen que ver con la historia argentina, y ellos mismos no ofrecen esa información. Ellos, y las familias cerreñas cuyos hogares han equipado con baños y cuartos aptos para visitantes, ofician de anfitriones de los jinetes que contratan cabalgatas de abril a diciembre.
Su tropilla tiene muchos pequeños caballos cerreños, que son muy fuertes y seguros en su andar, además de algunos vistosos anglo-árabes.
Nicolás fue a buscar al grupo al aeropuerto de San Miguel de Tucumán, y nos dio tiempo para desempacar los bolsos en un buen hotel céntrico antes de llevarnos a cenar a un restaurante en el Parque 9 de Julio. Allí se sumó al grupo un guía alto y rubio que acompañaría al grupo, quien fue presentado como “Marco”. No un “Marcos” español, sino un “Marco” italiano o romano. Su nombre completo, y los de todo el personal de Cabra Horco, estaban en el programa que Nicolás envía por correo electrónico a todo participante de una de sus cabalgatas, y yo lo había dejado en casa.
La mañana siguiente, nos llevaron a una casa de familia al lado del camino cerca de Siambón, donde colocamos las alforjas con nuestras pertenencias tras las monturas de los caballos asignados a cada uno, montamos y nos dirigimos hacia la Sierra. Nos acompañaba Roberto Martínez Zavalía, dueño de la nueva hostería Las Queñuas, donde pasaríamos la segunda noche.

Primero ascendimos el ancho lecho del Río Grande, que en esa época estaba casi seco. Estaba festoneado con enormes rocas que diferentes crecientes habían transportado y depositado allí (razón por la cual Nicolás no conduce cabalgatas de turistas en verano). Luego atravesamos una pequeña selva de yungas, y seguimos ascendiendo a través de un alisal y una zona arbustiva hasta alcanzar una pradera de altura. Allí armamos sándwiches de pan fresco con cortes fríos sobre un mantel acomodado en el pasto.
Las distancias entre los puestos en este y otros recorridos de Cabra Horco son cortas, pero el progreso es lento debido a lo escabroso del terreno, que comprende una serie de cordones montañosos separados por valles angostos surcados por ríos que hay que vadear. A medida que el caballo, y el jinete que lleva, suben trabajosamente una cuesta y cuidadosamente descienden otra que parece todavía más empinada que la anterior, hay tiempo para observar cómo la vegetación cambia según la elevación y orientación de las sierras.
Vimos impresionantes contrastes en la vegetación en cañadones orientados de este a oeste, donde arbustos típicos de climas semiáridos de Chaco seco se agarran del lado azotado por vientos de la región desértica del norte, y árboles, arbustos, helechos y musgos dignos de una pluviselva lucen despampanantes en el lado de enfrente, nutridos por la humedad provista por los vientos pampeanos que soplan desde el sur.

Pero más impresionante todavía fue conocer la forma en que la gente del lugar vive e interactúa en puestos remotos. No hay caminos, sólo senderos, algunas precarias pistas de aterrizaje, y claros donde puede posarse un helicóptero.
Los puesteros cabalgan hasta el pueblo a comprar provisiones una vez por mes, si el nivel de los ríos lo permite. El vecino más cercano puede vivir a varios kilómetros de distancia, pero si uno de ellos se enferma o se accidenta, todos participan de la tarea de acercarlo a la casa más cercana con un teléfono celular o equipo de radio y un claro suficientemente grande como para recibir el helicóptero sanitario de la provincia. Durante la segunda mañana de nuestra travesía, cuando nos despertamos en la modesta casa familiar que nos había dado alojamiento, nos encontramos con diez personas que habían traído a un muchacho que en el cerro había sufrido convulsiones. Para llegar hasta allí, habían viajado durante seis horas en la oscuridad, a pie y a caballo por senderos de cornisa, y todavía esperaban el helicóptero cuando nos fuimos.
Fue Marco, un abogado recién recibido, quien hizo todo el trabajo en esa cabalgata, llevando a tiro el caballo carguero con los alimentos y sirviendo el almuerzo y el té durante el primer día, siempre con una sonrisa.
Tarde en la mañana del segundo día, nos fotografiamos al lado de un menhir de piedra tallada que había sido emplazado en una pradera de altura de frente a una hermosa sierra por gente de una cultura indígena que floreció hace 2.000 años.

Fue uno de los pocos menhires que escapó el traslado y concentración en la cima de una loma cerca de Tafí del Valle que fueran ordenadas por el gobernador militar durante la década del setenta. Más tarde, cabalgamos por un filo donde afloran los restos de antiguas construcciones en piedra que posiblemente fueron puestos de observación de la misma cultura preincaica.

Las Queñuas es una reserva natural privada que ocupa una antigua estancia. Cuando Martínez Zavalía –estanciero y otrora funcionario provincial del ámbito del turismo– compró la tierra, les dio a las familias de los puestos títulos de propiedad de sus hogares. Le llevó tres años construir la hostería y acarrear a lomo de mula los muebles, y hasta espejos.

No obstante, la propiedad, con su cálida decoración localista, no tiene nada que envidiar a los hoteles de campo más cercanos a la ciudad. Las habitaciones de los huéspedes, cada una con su baño privado, son espaciosas y totalmente equipadas, y el comedor y estar de la hostería son muy acogedores. Hay sillones cómodos en la galería. El almuerzo del segundo día –pasta con dos opciones de salsas– indicó que la cocinera había asistido a un curso de gastronomía en Buenos Aires.

Como hacía calor, el almuerzo se sirvió en el patio frente a la hostería. El mismo está a la vista de una loma ondulante que sirve de pista de aterrizaje a intrépidos pilotos que aterrizan en la subida y despegan cuesta abajo.
Con el calor llegó un chaparrón. Poco después, arribó Nicolás con su novia. Los varones salieron a seguir explorando los alrededores a caballo con amenaza de más lluvias, y las mujeres se quedaron a tomar el té al lado de la chimenea en la hostería.
Cuando estábamos por bajar una cuesta particularmente empinada rumbo a nuestro almuerzo del tercer día, hubo un poco de acción. Marco bajó de su caballo –un joven anglo-árabe alazán ruano alto, lindo y jodido– para ajustar las cinchas de los caballos de los turistas. Mientras él se dedicaba a ese menester, el caballo se liberó del arbusto donde lo había dejado atado y, calculando la distancia, empezó a alejarse sigilosamente. Alertado sobre el inminente escape, Marco hizo un intento de disuasión por las buenas, al que el caballo hizo caso omiso. Salió trotando, y luego galopando, cuesta abajo, con su jinete corriendo atrás. Marco pudo agarrarlo en el río unos 500 metros más abajo porque el animal se enredó en las riendas. Durante la corrida, se le despegó la suela de una de sus botas; cuando se lavó los pies en el río antes de almorzar, las heridas dejadas por los clavos de la suela se hicieron evidentes. “No es nada serio”, dijo, mientras se calzaba unas alpargatas.

Disfrutamos de nuestro último almuerzo en las montañas sentados bajo el parral de un puesto al lado del río, devorando bandeja tras bandeja de deliciosas empanadas fritas acompañadas de diversas ensaladas. El lugar es tranquilo, porque el río y los senderos difíciles lo ponen fuera del alcance de las motos.
Cuando llegamos al filo de la Cuesta de Raco, el cerro al fondo de la localidad del mismo nombre, nos devolvió a la realidad el rugido de los motores de las motos enduro que subían para luego bajar por el sendero que usan los lugareños para comprar provisiones. Las huellas profundas dejadas en el sendero de tierra por las ruedas de estas máquinas infernales de la jeunesse dorée autóctona fueron una muestra más de los daños causados a los ambientes naturales, y el disfrute de ellos, en muchos partes del país por este deporte, que debería ser practicado sólo en estadios o circuitos cerrados.
La excursión finalizó con un rico té servido en la casa de la familia de Nicolás en Raco.
Cuando volví a Buenos Aires, me fijé en el programa enviado por correo electrónico y vi que el apellido de Marco es Avellaneda. El mismo que el de un prócer local cuya vida y muerte son leyenda en Tucumán. Un llamado telefónico a Nicolás confirmó que nuestro guía es efectivamente descendiente de Marco Avellaneda (1813-1841), un joven periodista fogoso e idealista devenido en gobernador de Tucumán que hizo historia muriendo por sus ideales. Aquel Marco encabezó una revuelta malograda de las provincias del Norte contra el dictador bonaerense Juan Manuel de Rosas y fue decapitado por su osadía. Su cabeza fue exhibida sobre una pica en la plaza principal de San Miguel de Tucumán como ejemplo de lo que no se debe hacer. Una noche, una corajuda dama de la sociedad fue a la plaza, sacó la cabeza de la pica, se retiró con ella bajo su chal y la devolvió a la familia Avellaneda para que le dieran cristiana sepultura. Está en el mausoleo de Marco Avellaneda en el Cementerio de Recoleta en Buenos Aires, no muy lejos de la tumba de Rosas. Nicolás (1837-1885), el hijo de aquel Marco, fue presidente de la Argentina desde 1874 hasta 1880.
En Buenos Aires, la agencia de viajes que organiza grupos para las cabalgatas de Cabra Horco en la Sierra del Aconquija puede contactarse al +54-11-5031-0070.

FOTO CRÉDITOS: Cumbres, y sendero en las yungas, Rafael Smart. Atravesando el lecho del Río Grande, Rafael Smart. Una puestera con sus cabras, Rafael Smart. Marco Avellaneda, Bonnie Tucker. Una amazona mirando el menhir, Francisco Didio. Roberto y Marco observan un sitio prehispánico, Rafael Smart. Living-comedor de la hostería de Las Queñuas, Bonnie Tucker. Almuerzo frente a la pista de aterrizaje en Las Queñuas, Bonnie Tucker. Paseo en una tarde de lluvia, Rafael Smart. La mesa puesta para el almuerzo del tercer día, Bonnie Tucker. Antiguo retrato de Marco Avellaneda (1813-1841).

Buenos Aires x 3

Tres versiones distintas de la ciudad.

Bonnie Tucker / FST
Hoy día, los turistas que buscan experiencias de Buenos Aires se dirigen hacia San Telmo, el rey del retro, y Palermo Viejo, el lugar de moda, porque los medios internacionales especializados en turismo les dicen que es allí adonde hay que ir. No es por casualidad que ambos tienen varios nuevos hoteles boutique y aún más departamentos en alquiler o para la venta. Ubicados en lados opuestos de la pequeña parte de esta ciudad de 3 millones de habitantes que los viajeros llegan a conocer, son también opuestos en cuanto a estilo, esencia y atractivos.

Los porteños van a estos dos barrios por motivos similares a aquellos de los turistas extranjeros. En San Telmo pretenden ser entretenidos por pintorescos vendedores ambulantes, estatuas vivientes y demás personajes los fines de semana, y en Palermo Viejo esperan ver a alguna modelo famosa o estrella de TV mientras cenan en un restaurante de moda o adquieren ropa en una tienda exclusiva.

San Telmo vs. Palermo Viejo
Lo angosto de las calles de San Telmo y los adoquines de algunas de ellas recuerdan al turista y al consumidor de fin de semana que este barrio tiene unos 400 años. Fue una de las primeras parroquias de la ciudad, pero hasta la década de 1970 se lo consideró un barrio sucio y venido a menos donde sólo obreros y algunos artistas querían vivir. Fue entonces cuando los pocos edificios venerables que le quedaban fueron salvados de las cuadrillas de demolición gracias a la campaña del arquitecto José María Peña, quien fundó el Museo de la Ciudad y convenció al gobierno militar de emitir una ordenanza que prohibió cambios a las fachadas de edificios considerados históricos, así como la construcción de más torres.

El mercado de pulgas que se realiza en la Plaza Dorrego los domingos –otro regalo de Peña– estableció un lugar de convergencia de anticuarios y una actitud bohemia que pusieron a San Telmo en el mapa cultural de la mayoría de los viajeros del mundo. Y por primera vez, los porteños llegaron a aceptar que lo viejo tiene algún valor, al menos respecto a la arquitectura. En 2000 el Gobierno de la Ciudad estableció la Dirección General Casco Histórico. En una acción sin vínculo alguno con dicha Dirección, pero que iba en el mismo sentido, la Secretaría de Obras Públicas municipal levantó el asfalto de algunos tramos de la Calle Defensa y reinstaló los adoquines de antaño. Y cuando el actual gobierno municipal hace poco empezó a levantarlos de ciertas calles de San Telmo, Palermo y Belgrano, muchos vecinos se opusieron.
Palermo Viejo es, en su forma actual, una creación relativamente reciente de emprendedores inmobiliarios que aprendieron del caso de San Telmo que lo viejo puede ser chic. Aquí se puede demoler cualquier tipo de edificio, pero muchas antiguas casonas familiares han sobrevivido transformándose en caras casas restauradas, hoteles, bed & breakfasts, restaurantes y oficinas.

Conocido como Palermo a secas cuando era un sencillo barrio de inmigrantes italianos, españoles y armenios que llegaron a principios del siglo pasado, vio cambiar para siempre el ritmo de sus tranquilas calles sombreadas por árboles generosos durante la década de 1990, cuando la paridad del 1:1 permitió a los porteños viajar por el mundo y descubrir los placeres de la modernidad en comida, ropa y cultura en general. Los precios de las propiedades todavía eran bajos, pero no por mucho tiempo.
Los agentes inmobiliarios asignaron el nombre “Palermo Soho” a la parte con los más nuevos restaurantes étnicos, negocios de diseñadores y estudios de artistas, y el de “Palermo Hollywood” al sector que concentra varios estudios de televisión y cine y estaciones de radio.
Las únicas tendencias retro que prosperaron tuvieron origen literario. Cuando los medios masivos de información del país redescubrieron a escritores vernáculos del siglo XX como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, la Plaza Serrano y el trecho de la calle Serrano entre ella y la Av. Santa Fe fueron rebautizados Plaza Cortázar y Calle Jorge Luis Borges, respectivamente. Los últimos agregados son un número creciente de librerías y galerías de arte destinadas a convertir a Palermo Viejo en el nuevo epicentro cultural de la ciudad. En el verano, una caminata por la plaza y las calles más emblemáticas del barrio da la sensación de estar en un agradable suburbio estadounidense donde la gente de buen pasar se sienta en la vereda de asépticos cafés para mirar pasar al mundo.

Los porteños que alquilan departamentos o comercios en San Telmo y Palermo Viejo tiene un problema en común: los enormes incrementos en los alquileres y precios de comida impulsados por la llegada de nuevos propietarios e inquilinos pudientes (sobre todo turistas extranjeros con dólares estadounidenses o euros). El arribo de esa gente nueva, atraída por la fama y puesta en valor de estos barrios, ha obligado a muchos de los antiguos vecinos y comerciantes a irse, llevando con ellos los oficios y costumbres que dieron carácter a su barrio. Un caso de este fenómeno es el Mercado de San Telmo (1879), una feria techada de propiedad privada con más de 100 puestos que antaño vendían productos perecederos de alta calidad a precios razonables. Ahora el edificio está lleno de negocios que venden artefactos tipo mercado de pulgas, y muy pocas verdulerías y carnicerías.
Últimamente, San Telmo ha sido inundado por negocios de diseñadores, restaurantes caros y otros fetiches de la sociedad de consumo que no tienen nada que ver con la mayoría de la gente que ha vivido allí hasta el momento. Estos cambios son resistidos por vecinos que no quieren que su barrio se convierta en otro Palermo.
Los vecinos de San Telmo ven como una amenaza aún mayor a su calidad de vida el deseo del Gobierno de la Ciudad de cerrar la histórica Calle Defensa al tránsito en forma permanente, creando así un espacio peatonal que, en aras de agradar al turista y al consumidor, le negará al vecino su transporte público y lo someterá a un aluvión de extraños a toda hora, además de una eventual vida nocturna ruidosa.

Avenida de Mayo
La nueva favorita de los fotógrafos amateur es Avenida de Mayo (en el barrio de Monserrat), que ostenta interesantes edificios de estilo Art Nouveau, y es el más auténticamente porteño de los tres, porque todavía no se intentó convertirlo en un centro turístico o un reducto exclusivo.

Inaugurada oficialmente el 9 de julio de 1894 con la misión de darle a Buenos Aires una gran avenida que no tendría nada que envidiarle a las de Francia, la Avenida de Mayo estuvo destinada a ser importante desde el momento en que el Congreso aprobó su construcción en 1884. Parece francés, pero su espíritu es el de la comunidad española que la adoptó a principios del siglo pasado.
Para los porteños, la avenida es solamente un lugar para trabajar y vivir la vida diaria, siempre y cuando lo permitan las frecuentes manifestaciones que circulan entre el Congreso y la Casa de Gobierno. Los numerosos albergues juveniles que han ocupado antiguos hoteles demuestran que esta normalidad, y precios más razonables que los de San Telmo o Palermo, son apreciados por los extranjeros que se interesan por la cultura local.
Muchas guías escritas para turistas extranjeros reducen la Avenida de Mayo al Café Tortoni (Av. de Mayo 829), el decano de los cafetines de Buenos Aires que abrió en otro local en 1858. En 1880 se mudó al edificio que actualmente ocupa, con entrada sobre la Avenida de Mayo y acceso sobre la Calle Rivadavia, abriendo sobre la Avenida en 1893. Debe su celebridad al haber sido el café elegido por afamados escritores y otros integrantes de la movida cultural vernácula, y a su lujoso decorado con vitraux, mesas con tapa de mármol y lámparas Tiffany, donde el visitante se siente, por unos minutos, un actor en un escenario del pasado. La Academia Nacional del Tango tiene sus oficinas en la planta alta. El Tortoni ofrece varios shows de tango todas las noches menos el lunes. Consulte el programa en http://www.cafetortoni.com.ar/.

Pero no se olvide de Los 36 Billares (Av. de Mayo 1265), que fue inaugurado junto con la Avenida de Mayo en 1894 y tiene en su subsuelo una de las últimas salas de billares porteñas. La planta baja alberga un tradicional bar con un modesto decorado y una clientela de gente mayormente grande que disfruta de su café con leche y medialunas mientras lee el diario a la mañana, y jóvenes que almuerzan un menú ejecutivo al mediodía. No está lleno de turistas, y uno siente que está observando una escena de la primera mitad del siglo XX. Los 36 Billares ofrece cenas show de tango todas las noches menos el lunes, y un espectáculo de flamenco después de la medianoche el sábado. Vea los detalles en http://www.los36billares.com.ar/.

El Palacio Barolo (Av. de Mayo 1370), una torre de estilo ecléctico con 22 pisos, construida entre 1919 y 1923 por encargo de un excéntrico magnate textil, representa la Divina Comedia de Dante. El Infierno está en la planta baja, el Purgatorio entre los pisos 1º al 14º, y el Paraíso entre el 15º piso y el faro en el último piso, que simboliza la salvación. La administración ofrece excursiones que parten desde la conserjería entre las 14 y las 19 horas el lunes y el jueves. Duran 40 minutos y cuestan 20 pesos. Se hacen excursiones nocturnas a pedido. Reservas al 4383-1065.


FOTO CRÉDITOS: Tienda de ropa en Palermo y estatua viviente en San Telmo; Antiguos sifones de vidrio en San Telmo; Nuevos edificios en la Calle Armenia, Palermo; Cafe-restó en la Calle Gurruchaga Palermo; La Avenida de Mayo; Bar Los 36 Billares y Palacio Barolo, ambos sobre la Avenida, todas de Bonnie Tucker.

Carmelo con dos estilos

Un resort internacional sinergiza con el pasado.

Bonnie Tucker / FST
Desde su inauguración en 1999, el exclusivo resort que opera bajo la marca Four Seasons en Carmelo ha sido un referente arquitectónico para los constructores de casas en esa parte del Uruguay. Cuando la cadena hotelera canadiense se hizo cargo de su gerenciamiento en 2001, su servicio se convirtió en una pauta a emular en ambas orillas del Río de la Plata, y los masajes y tratamientos de belleza que se hacen en su spa de estilo balinés siguen siendo inigualables. Su cancha de golf de 18 hoyos par 72, diseñada por un prestigioso estudio de arquitectura, es la escena de muchos torneos internacionales importantes.

La mayoría de sus huéspedes van allí para relajarse en el spa, jugar al golf y ser mimados. Hay, sin embargo, opciones adicionales en los alrededores, entre ellas una conexión inesperada con el pasado colonial de la región.
Una de las excursiones más interesantes ofrecidas por el resort es una cabalgata hasta la Finca Narbona, una chacra con vacas lecheras, una fábrica de quesos artesanales, un viñedo, una vieja bodega que alberga una posada de dos habitaciones, y un restaurante que sirve unas excelentes tablas frías acompañadas por un robusto vino Tannat, y tal vez un plato de pasta a continuación, si a los comensales les quedó lugar.

El paseo a caballo por el bosque y las cuchillas lleva dos horas, y luego del almuerzo los visitantes pueden volver al resort en un minibús si tienen más ganas de dormir la siesta que seguir cabalgando.
Pero en la campiña entre Carmelo y Nueva Palmira queda mucho más por descubrir que este exclusivo emprendimiento rural. Finca Narbona ocupa sólo una ínfima parte de lo que fuera la Estancia Narbona, una extensa propiedad que en el siglo XVIII se dedicó más a la extracción de piedra caliza y la fabricación de cal que al ganado. Y la antigua casona queda a poca distancia, en los altos de una loma.
La propiedad perteneció a Juan de Narbona, un español emprendedor que llegó a Buenos Aires en 1707. Joven y analfabeto, estaba dotado de un fino instinto para los negocios. Empezó con una vaquería, comercializando los cueros y el sebo obtenidos del ganado cimarrón cazado por los gauchos. Sin embargo, pronto encontró más rentables la trata de esclavos y la piedra caliza. A menos de 10 años de su arribo al Nuevo Mundo, ya era el principal proveedor de cal de la ciudad de Buenos Aires. El gobernador Juan Valdez le dio el terreno en que construyó el monasterio de la Recoleta y la Iglesia del Pilar, inaugurados en 1732. Se decía en esa época que también prosperó con el contrabando y la usura.

Los túneles que comunicaban su mansión en Buenos Aires con el río eran legendarios. Se rumoreaba, además, que Bruno Mauricio de Zabala, el gobernador de Buenos Aires y fundador de Montevideo que ayudó a Narbona a conseguir una concesión para abrir una nueva cantera de piedra caliza en Uruguay, fue uno de sus deudores.
Narbona construyó la casona y capilla de su estancia uruguaya sobre la cima de una colina con vista al Arroyo de las Víboras alrededor de 1735. Los hornos de cal que instaló en la propiedad fueron los primeros en esa parte del Virreinato del Río de la Plata. La venta de leña obtenida de los bosques vírgenes de la región y los cueros provistos por los enormes rodeos de vacunos cimarrones que vagaban por allí le daban ingresos adicionales que lo ayudaron a consolidar su fortuna en Buenos Aires, conseguir más contratos de construcción y construir el monasterio e iglesia de Santa Catalina de Sena, inaugurados en 1745.
Cuando murió en 1750, Narbona fue enterrado debajo del piso de la Iglesia del Pilar, mucho antes de que el gobierno argentino prohibiera ese tipo de entierros e instalara lo que es hoy el Cementerio de la Recoleta.
Los jesuitas, quienes en 1742 fundaron la Estancia del Río de las Vacas cerca de la propiedad de Narbona, también explotaban la piedra caliza. Igualmente, tenían esclavos. Fueron quienes introdujeron la viticultura en el Uruguay. Pero las vides se plantaron en torno a la Finca Narbona recién a comienzos del siglo XX.

Quienes vienen en auto desde Carmelo encontrarán la Finca Narbona apenas pasando el Molino y Puente Castells, construidos hace 150 años sobre el Arroyo de las Víboras. El camino de tierra que lleva a la Estancia Narbona empieza a la derecha, justo al cruzar el puente.Lleva a otro camino de tierra que sube hacia la izquierda hasta llegar al casco de la antigua Estancia Narbona.

Rodeado de un parque informal embellecido por grandes árboles nativos, el edificio gris plagado por la humedad tiene un aire de fortaleza con sus gruesas paredes, sus altos techos a dos aguas y ventanas con rejas y su torre de observación de tres pisos. La “L” que forma con la capilla abraza un ancho patio pavimentado que es rodeado a su vez por una pared baja en que el portón de reja está enmarcado por masivos pilares.
En la capilla, dos nichos de pared contienen imágenes religiosas, y una puerta de madera en el piso lleva a un sepulcro donde fueron enterrados gente de la zona y los esclavos de la familia; el mismo llevaba, se cree, a un túnel que bajaba al arroyo. La torre fue construida por Martín Camacho, el yerno de Narbona, quien continuó explotando la propiedad luego de la muerte de su suegro. Cuando yo estuve allí en 2006, varias “tejas musleras” que se usaban para techar –llamadas así porque los esclavos les daban forma sobre sus muslos– estaban apiladas debajo una de las ventanas de la capilla.
El resort no alienta a sus huéspedes a visitar la vieja casona de la Estancia Narbona porque ha recibido poco mantenimiento pese a ser un Monumento Histórico Nacional y propiedad del gobierno uruguayo desde mediados del siglo pasado. No obstante, les informa del horario y pueden ir en un remise.
La casona y capilla de la Estancia Narbona pueden visitarse todos los días menos el lunes y viernes, desde las 9 hasta las 17. Anuncie la hora de su llegada llamando al +598-540-4154.
El teléfono de la Finca Narbona es +598-540-4778, y el del resort Four Seasons en Carmelo +598-542-9000.

FOTO CRÉDITOS: Cancha de golf y pileta del resort Four Seasons en Carmelo, Bonnie Tucker. Entrada al restaurant y ventana de la bodega de la Finca Narbona, Bonnie Tucker. Iglesia del Pilar en Buenos Aires, Bonnie Tucker. Entrada al patio del casco de la Estancia Narbona, Bonnie Tucker. Patio del casco de la Estancia Narbona, Bonnie Tucker. Interior de la capilla, y “tejas musleras”, Estancia Narbona, Bonnie Tucker.

Historias valdivianas

La “Ciudad de los ríos” chilena combina pasado y presente.

Bonnie Tucker / FST
Luego de años de reclamar en forma insistente por su propio espacio administrativo, Valdivia, la provincia más norteña de la Región de los Lagos chilena, finalmente vio su sueño hecho realidad en marzo de 2007, cuando la Presidenta Michelle Bachelet firmó la ley que la convirtió, junto con una provincia vecina, en la Región de los Ríos.
Como indica su nombre, los 18.429 km2 que ocupa entre la Región de los Lagos y la Araucanía contienen muchos ríos. Tres de ellos convergen en la ciudad de Valdivia, capital de la nueva región, que se emplaza a 19 km tierra adentro del Océano Pacífico.
Los lugares con nombres españoles, mapuches y alemanes que aparecen en mapas del centro de la ciudad y sus alrededores dan una noción de sus comienzos tumultuosos.
Arrasada por los mapuches a los 46 años de su fundación en 1552, Valdivia fue reconstruida en 1684 para convertirse en la plaza fuerte más austral de la Corona española, con varias fortificaciones en torno a la bahía en la desembocadura del río Valdivia. Su reputación de invencible tuvo un final abrupto con un ataque inesperado de patriotas chilenos en 1820. Los inmigrantes alemanes que llegaron más tarde en el siglo XIX construyeron astilleros, aserraderos y otras industrias que crearon prosperidad.

Hoy día, los 150.000 habitantes de esta animada ciudad se dedican a lo suyo a paso vigoroso en calles limpias que separan hileras de prolijos edificios modernos hechos de hormigón armado, con algunas centenarias casas de madera mezcladas.
Valdivia es una próspera ciudad universitaria que atrae a viajeros cosmopolitas con inquietudes culturales. Está llena de albergues juveniles que captan ese tipo de pasajeros, y también cuenta con varios hoteles de lujo en edificios modernos, o casonas remodeladas que datan de principios del siglo XX.
La Isla Teja, donde se fabricaron tejas en la época colonial, alberga la Universidad Austral, cuyos estudiantes imprimen a las calles de la ciudad su aspecto joven y progresista. Rodeada por los tres ríos, también contiene un jardín botánico, un parque y museos de historia y arte moderno.

En el mercado fluvial municipal, a cuyos fondos lobos marinos y cormoranes compiten por los restos que se tiran al agua, los puesteros venden pescados tales como salmón, merluza y corvina, además de cholgas, erizos y un sinfín de otros manjares marinos.

Entre ellos y la vereda de enfrente al mercado, otra hilera de puestos ofrece una colorida selección de productos frescos que incluye desde cachiyuyos (algas comestibles usadas en sopas) hasta frutas, verduras y dientes de ajo gigantes, cada uno de los cuales tiene el tamaño de lo que en otras partes se considera una cabeza normal.

Tortas, chocolates y cerveza
Agregan condimentos a esta mezcla de los productos de mar y campo, tan típica del litoral chileno austral, las tradiciones en dulces y bebidas que los inmigrantes alemanes llevaron al país en los siglos XIX y XX.
Entrelagos, una empresa que comenzó como confitería hace más de 30 años, hoy vende 50 diferentes tipos de tortas y tartas y helados de 24 sabores distintos, además de fabricar chocolates y vender al por menor ropa tejida y artesanías de alta calidad. Alter Fluss, una confitería de más reciente fundación, se especializa en mazapán y chocolates rellenos de frutas tales como melón, kiwi, papaya o dátiles, y no se priva de tentar los paladares audaces con otra línea de confituras que combina chocolate con una pizca de pimienta, orégano, estragón o hasta ajo.
Sin embargo, la mayor contribución de Valdivia a la gastronomía del sur de Chile es la cerveza, gracias al primer grupo de inmigrantes que el gobierno chileno afincó en la región a fines del siglo XIX.
La Cervecería Kunstmann, la productora de cerveza más grande y famosa, cuenta con un restaurante, un pub, y un interesante museo donde un guía explica cómo se elabora la bebida, y la importancia que ha tenido para Valdivia a través de los años. Los visitantes pueden degustar seis tipos de cerveza acompañados por exquisitas tablitas para picar antes de hacer su pedido. En el pub, los bebedores serios que se ponen de acuerdo sobre la cerveza de su preferencia al inicio de la noche se sientan en mesas grandes en cuyo centro se yergue una gran columna de vidrio llena del preciado líquido, de la que se sirven a voluntad. Cuando el camarero ve disminuir el nivel de la columna de una mesa, va y la llena de nuevo. Varias páginas de Internet enseñan el maridaje de comidas con distintos tipos de cerveza.

Las mayores atracciones turísticas son las ruinas de los fuertes españoles en las ciudades de Corral y Niebla, cuyos emplazamientos enfrentados en la desembocadura del río amenazaron con someter a un fuego cruzado a las naves invasoras. El 2 de febrero de 1820, las tropas de un escuadrón naval chileno desembarcaron en una playa al sur, tomaron el fuerte de Corral en un ataque sorpresivo por tierra, y rápidamente lograron el control del resto de las fortificaciones en la zona. Durante los meses de enero y febrero, los lugareños hacen dos “recreaciones históricas” de la Batalla de Corral por día. Luego de cada presentación, los jóvenes que hicieron los papeles de españoles y patriotas posan para fotos a cambio de dinero.

Dos eventos traumáticos
Las casas de madera de excelente factura que se ven en el antiguo centro de la ciudad son a la vez los restos de la antigua Valdivia construida por los primeros inmigrantes europeos, y recuerdos de dos de los eventos más traumáticos de la historia chilena. Su estructura, que les dotó de flexibilidad, les permitió resistir el peor terremoto del mundo, que el 22 de mayo de 1960 hundió dos metros la ciudad y los valles fluviales circundantes. El sismo, que se sintió en todo el sur de Sudamérica, midió más de 9.5 en la escala Richter, y las olas gigantes que produjo alcanzaron Japón, Hawai, las Filipinas y la costa Oeste de los Estados Unidos, segando cientos de vidas. La ola principal entró en la Bahía de Corral con una altura de 10 metros y llegó a Valdivia con 7 metros. Durante los siguientes 20 días, hubo más de 30 sismos menos intensos, con olas adicionales de hasta 6 metros. Hubo ríos que cambiaron de curso, lagos aparecieron de la nada, y el volcán Puyehue entró en erupción. Casi la mitad de las casas de la ciudad fueron destruidas, dejando a 20.000 personas sin hogar. Las víctimas en Valdivia misma –15 muertos y 100 heridos– fueron afortunadamente pocas porque Concepción y Curanilahue habían padecido grandes terremotos el día anterior, y la mayoría de los habitantes habían huido a tierras altas como una medida preventiva. En el resto de la 10ª Región 4.000 personas murieron, 3.000 sufrieron heridas y 2 millones perdieron su hogar en localidades más cercanas al mar. En todo Chile la mortalidad fue de 24.000 personas. Vea www.wikilosrios.cl/index.php/Terremoto_de_1960 para saber cómo Valdivia lidió con el cataclismo.
Fue la decisión de la población y sus autoridades lo que evitó otro desastre que podría haber hecho mucho más daño. A 90 km hacia el este, el sismo había derrumbado tres cerros sobre el río San Pedro, produciendo un gigantesco dique natural que obstaculizaba el drenaje del lago Riñihue y de seis otros lagos cuyas aguas le llegaban a través de sendos ríos. Si la presión del agua detrás del dique conseguía romperlo, los 100.000 habitantes del valle de San Pedro y Valdivia aguas abajo hubieran perecido debajo de una ola de barro y agua más alta que cualquier tsunami. Toda la maquinaria vial de Chile fue enviada inmediatamente a Riñihue, y todos –empleados gubernamentales, militares, trabajadores del sector privado y voluntarios civiles– trabajaron contra reloj para desactivar el peligro. Se construyeron represas en todos los lagos para reducir el flujo del agua, y terraplenes para proteger puentes y caminos a medida que se iba bajando el nivel del gran dique de tierra en forma controlada durante un período de dos meses: el famoso “riñihuazo”, que salvó la ciudad. Ver http://nereaysaraciencias.blogspot.es/ para más detalles sobre esta gran hazaña lograda por cientos de héroes anónimos.
Todo eso sucedió hace casi 50 años, pero en Chile todavía hay muchas personas que se acuerdan de cada detalle, y el Gran Terremoto de Valdivia figura en el discurso de todos los guías de turismo.

Conexiones y opciones
La fisonomía angosta y dominada por los Andes que caracteriza Chile le da a Valdivia rápido acceso a balnearios lacustres en pintorescos paisajes volcánicos, y el invierno lo pone a tiro de varios centros de esquí en los mismos lugares.

El volcanismo siempre latente de la región también le ha dotado de muchos centros termales que funcionan todo el año.
En el verano los 250 km de ríos navegables que circundan Valdivia se usan para la práctica de deportes acuáticos, y las anchas playas oceánicas más allá de Niebla tientan a los amantes de Febo.
Valdivia está a 178 km del complejo termal Puyehue en el umbral de la entrada al paso Cardenal Samoré que lleva a la Argentina, y a 210 km de Puerto Montt, ambos cercanos a centros de esquí. Queda a 141 km de Pucón, la exclusiva ciudad andina que se encuentra cerca del volcán Villarrica que alberga otro centro invernal, y está próxima a 13 spas termales, entre ellos Huife y Termas Geométricas. Por otra parte, la capital de la nueva Región de los Ríos está a sólo 220 km del paso Hua Hum que lleva a la ciudad argentina de San Martín de los Andes.
Información: +56-63-278100 o http://www.valdiviachile.com/ y +56-63-342300 o http://www.sernatur.cl/.

FOTO CRÉDITOS: Un remolcador a vapor hecho en 1907 en el río Valdivia, Bonnie Tucker. La plaza principal de Valdivia, Bonnie Tucker. El mercado fluvial de la ciudad, Bonnie Tucker. Frutos de mar en el puerto fluvial, BonnieTucker. Salón de eventos de la Cervecería Kunstmann, Cervecería Kunstmann. Recreación de la Batalla de Corral, Bonnie Tucker. Turistas posan con actores luego de la recreación de la batalla, Bonnie Tucker. Antigua casa de Corral, Marcelo Imbellone. Esquiadores en el centro de esquí del volcán Osorno, Volcán Osorno. Termas Geométricas, Bonnie Tucker.

Argentina antigua

Hasta el 5 de julio, el Museo de Bellas Artes en Buenos Aires albergará una importante exposición de artefactos arqueológicos que ilustra la cosmovisión de las culturas andinas que habitaron el rincón noroeste del actual territorio argentino entre 1000 a. C. y mediados del siglo XV. La diversidad de regiones naturales en que vivían las poblaciones originarias se ve reflejada en los tejidos y los objetos de cerámica, metal, piedra y madera expuestos, que a su vez son prueba del intenso tráfico a larga distancia que se llevaba a cabo por medio de caravanas de llamas. El horario de la muestra en Av. del Libertador 1473 es de 12.30 a 20.30 de martes a viernes y de 9.30 a 20.30 los sábados, domingos y feriados. Entrada gratuita.

Experiencias de Iberá

Del 13 al 15 de junio, La Lunita llevará a cabo una excursión por los esteros del Iberá (Corrientes) que permitirá observar la fauna durante una navegación de cuatro horas, cabalgar y arrear vacas en una estancia, visitar el renovado Centro de Interpretación y hacer senderismo por la reserva. 875 ó 975 pesos según el hotel + bus (368 pesos ida y vuelta). 4776-7821.

Montevideo en foco

Marcelo Gurruchaga, un conocido profesor de fotografía, conducirá un foto safari a Montevideo durante el fin de semana largo del 13 al 15 de junio. Durante tres días, los participantes se deleitarán captando imágenes de la mezcla de tradición y modernidad que caracteriza la capital uruguaya. Costo: 1.590 pesos. Info: 4953-6817 y 15-4474-8635.

FOTO: Reflejos de Montevideo, Bonnie Tucker.

Heroe del Norte

Si los persistentes ataques de guerrilla de la “infernal” caballería gaucha conducida por el general Martín Miguel de Güemes no hubiesen mantenido ocupadas a las tropas españolas en el frente Norte de la Guerra de la Independencia, es muy posible que el general José de San Martín no hubiera podido realizar su invasión trasandina sorpresiva a Chile. Todos los años su muerte en 1821 es llorada por gauchos que pasan la noche del 16 de junio al pie de su estatua en la ciudad de Salta, y su memoria es exaltada por ellos y otros residentes durante un gran desfile el día siguiente.

Solsticio de invierno

Igual que los Incas, quienes festejaban el solsticio de invierno en su Inti Raymi (Fiesta del Sol, en quechua) el 21 de junio, y los jujeños, quienes siguen haciéndolo del 20 a 21 de junio en un monolito sobre el Trópico de Capricornio, la provincia de Catamarca en el noroeste argentino hará su propia celebración del Sol en la ciudad de Santa María del 20 al 22 de junio.

El poder de la naturaleza

El hechizo de las cataratas del Iguazú, el “agua grande” de los guaraníes.

Bonnie Tucker / FST
Aún hoy, con toda la fanfarria turística que rodea las cataratas del Iguazú, no es difícil imaginarse lo que sintió el explorador español Alvar Núñez Cabeza de Vaca (1490-1560) cuando en agosto de 1541 encontró este lugar en el curso de una travesía desde la costa atlántica hasta Asunción, donde debía asumir la gobernación. Su expedición a través de selvas y serranías inexploradas llevó cinco meses. Sus guías, miembros de una tribu tupí guaraní, le contaban sobre el u-guazú (agua grande) que encontrarían en el camino. En su libro Naufragios, en el que narró sus increíbles aventuras en América, hizo referencia a aguas que caían desde las alturas “con gran fuerza”, produciendo impresionantes cortinas de bruma.
Hoy día, las cataratas del Iguazú y la selva de gran biodiversidad que las rodea son protegidas por parques nacionales en Argentina y Brasil, que reciben más de un millón de turistas por año. Pertenecen a la Argentina más del 70 por ciento de las 275 cataratas que se despeñan de una falla con forma de herradura en el lecho del río Iguazú, y es allí donde se vive más intensamente la experiencia de explorarlas por medio de pasarelas que pasan a sus pies o por encima de ellas. Brasil, en cambio, cuenta con una pasarela y las mejores vistas panorámicas. Los dos parques, uno de cada lado del río que marca la frontera entre ambos países, son gestionados por concesionarios con mucha experiencia en el manejo profesional del turismo masivo.

Argentina
La mayor parte de la acción se desarrolla en el parque argentino, que ofrece muchas posibilidades de acercarse a las aguas rugientes. Tres pasarelas con plataformas de observación permiten vivir la experiencia de las cataratas: la del Circuito Inferior que serpentea en medio de la selva sobre una cuesta y la del Circuito Superior que pasa por encima de varios saltos, ambas cerca de la entrada al parque; y aquella de 1 km de largo sobre el río que permite llegar a la Garganta del Diablo, el conjunto de saltos con mayor caudal de agua. Se puede hacer todo esto en un día, pero a los apurones.

El concesionario traslada a los turistas entre las pasarelas en pequeños trenes. Uno de ellos va desde la entrada al parque hasta los accesos a los primeros dos circuitos, y el otro, desde allí hasta la pasarela a la Garganta del Diablo. El uso de los trenes está incluido en el precio de la entrada. Sin embargo, constituyen un cuello de botella cuando hay mucha gente en el parque. Usted puede ahorrar tiempo caminando por el Sendero Verde el medio kilómetro que separa la entrada al parque de la de los primeros dos circuitos. También puede caminar hasta la terminal de la Garganta del Diablo. Pero en este último caso conviene esperar el tren tanto a la ida como a la vuelta; el sendero de 3 km al lado de las vías posiblemente esté embarrado, hace calor, puede llover y el tren no parará para levantarlo si usted se arrepiente de su decisión de caminar.

¡No alimente los coatíes! Ignórelos, por su seguridad y la de los demás. Los turistas que les dan de comer los han malacostumbrado a buscar alimento en las mochilas, y hubo casos de ataques a personas que amagan con darles de comer y luego no lo hacen.
Si usted decide emprender la subida empinada a los tres puntos de observación en la Isla San Martín, tiene que tener tiempo y estar en forma. Una lancha lo lleva allí en forma gratuita desde un desembarcadero que queda al final de un ramal del Circuito Inferior. Las llegadas y salidas de la lancha de la isla no están sincronizadas con las dos horas que lleva la caminata, de manera que si va por la tarde, asegúrese de estar de vuelta en la playa para tomar la última lancha de vuelta.
Cuando hay luna llena, usted puede sumarse a una de las caminatas nocturnas por la pasarela hasta el borde de la Garganta del Diablo, y festejar la experiencia con una caipirinha al regreso a la explanada de la entrada al parque.
En definitiva, le hará falta un segundo día de estadía si desea participar de uno de los paseos en lancha hasta el pie de las cataratas o hacer una caminata para ver los monos del selvático Sendero Macuco, de 3,6 km de extensión. Si emprende la caminata por la tarde, asegúrese de estar de vuelta antes de que anochezca. Y no se olvide del Centro de Visitantes, con sus excelentes salones dedicados a la interpretación de la naturaleza y la historia cultural de la región.
Quien desea visitar el parque durante dos días consecutivos tendrá un descuento del 50% sobre su entrada del segundo día si hace sellar la del primer día al salir del parque.

Su permanencia en Puerto Iguazú fácilmente se extenderá a tres o cuatro días si también se suma a una excursión especializada de avistaje de aves o de interpretación de la naturaleza por senderos apartados del parque, de la mano de Rainforest, o visita con Cuenca el centro de rehabilitación de fauna silvestre Güira-Oga, el memorial Aripuca de los árboles gigantes de la pluviselva, o la aldea guaraní Fortín Mbororé en las afueras de la ciudad.

Brasil
Desde el lado brasileño, las cataratas pueden verse en dos horas, si uno no pasa demasiado tiempo en el interesantísimo jardín de aves o el museo de ciencias naturales o decide hacer soga tirolesa y pasear en lancha por el río. Los buses turísticos con techos corredizos salen desde la entrada al parque cada cinco minutos, y hacen un recorrido fijo con paradas en que los turistas pueden descender o subir a voluntad.

Los puntos para tomar imágenes son la plataforma cerca del hotel emplazada del lado del río opuesto al del Hotel Sheraton en la Argentina; la torre de observación frente a las cataratas en el cañadón en cuyo fondo está la Garganta del Diablo; una explanada de observación sobre el río, y una pasarela sobre una catarata que ofrece una vista distante de la Garganta. La última parada en el recorrido del bus es Espacio Puerto Canoas, el espacioso restaurante cuya presencia empaña la sensación de naturaleza que envuelve la Garganta del Diablo vista desde el lado argentino, quedando a la vez demasiado lejos del borde de las cataratas para ofrecer a los comensales una buena vista de las mismas.
Muchos turistas que quieren ahorrar plata en su visita al lado brasileño toman en Puerto Iguazú un bus de línea que los deja en Foz de Iguaçu y desde allí un taxi hasta el parque. Otra opción es contratar un traslado en remise desde la ciudad argentina hasta la entrada al parque brasileño y pagar al chofer la espera de dos o tres horas. Por supuesto, es menos complicado y más seguro sumarse a una excursión en Puerto Iguazú y dejar que la agencia de turismo se encargue de la logística de los traslados. Pero asegúrese de que el paseo le dará suficiente tiempo en los lugares que quiere ver allí. Y si incluye un almuerzo en un buen restaurante en Foz, mejor.

Para los ciudadanos de la Argentina, otros países del Mercosur y la mayoría de los otros países sudamericanos, un documento nacional de identidad es suficiente para entrar en Brasil como turista.
A los demás viajeros les lleva tres días conseguir una visa de turista en Buenos Aires para ir a Brasil, y es mejor que quien no es de uno de los países favorecidos consiga una antes de partir. Para acceder a una visa, hay que mostrar un pasaje de ida y vuelta al país de origen de su viaje y un extracto de su cuenta bancaria, además de una foto de 4cm x 4cm y un pasaporte con una validez de por lo menos los próximos seis meses. El costo depende de lo que los brasileños deben pagar para ingresar al país de origen de cada viajero extranjero. Los norteamericanos son los que deben pagar más, y aun las personas de esa nacionalidad con residencia legal en un país del Mercosur están obligadas a tramitar una visa para ingresar a Brasil, aunque sea por un par de horas. Vea los requisitos en http://www.conbrasil.org.ar/.
La mejor solución es ir desde Puerto Iguazú con una excursión organizada por una agencia de viajes, que le conseguirá una visa si usted cumple con todos los requisitos. Pero asesórese antes de hacer su reserva.
Brasil recomienda a los viajeros que se hagan vacunar contra la fiebre amarilla 10 días antes de ingresar a su territorio. Si usted proviene de un país donde la enfermedad es endémica o se ha producido un brote de la misma, un certificado internacional de vacunación será requisito de ingreso. En Buenos Aires, puede vacunarse en Ing. Huergo 690; para detalles, llamar al 4343-1190.

Las represas brasileñas
El turista que viaja tan lejos para llegar hasta este lugar en el extremo noroeste de la provincia argentina de Misiones debe intentar ver ambos lados de las cataratas antes de irse. Pero es recomendable saber qué volumen de agua hay en las mismas antes de hacerlo.
Las cinco represas hidroeléctricas que fueran construidas sobre el alto Río Iguazú en Brasil durante los últimos 30 años abren sus compuertas cuando llueve mucho, y el agua se despeña grandiosamente de todos los 275 saltos como lo hacía antes de la década del 70. Pero cuando una sequía afecta la región y las represas retienen agua para atender sus necesidades de generación de energía, solamente tres de esas 275 cataratas –la Garganta del Diablo, en la frontera entre ambos países, y los saltos San Martín (la foto de tapa) y Bossetti, ambos en la Argentina– reciben suficiente agua para ser de interés. Es una verdad de Perogrullo que un viaje a Brasil para obtener vistas panorámicas en esas condiciones casi no vale la pena.
Y, créalo o no, el proyecto brasileño de construir una sexta represa sobre el río Iguazú sigue viento en popa. Empezará a producir electricidad a sólo 500 metros del extremo este del parque nacional brasileño en 2011.

Las mejores posibilidades de ver un volumen normal de agua en las cataratas se producen durante la temporada de lluvias, que por lo general se extiende desde noviembre hasta marzo.

FOTO CRÉDITOS: Salto San Martín, Marcelo Imbellone. Turista tentando coatis con bolsa de comida para sacar una foto, Bonnie Tucker. Tren en el parque argentino, Iguazú Argentina. Mirando huellas de animales en el parque argentino, Rainforest. Torre de observación en el parque brasileño, Marcelo Imbellone. Pasarela sobre un salto en el parque brasileño, Marcelo Imbellone. Mapa, Iguazú Jungle Explorer (Argentina). Salto Bossetti, Marcelo Imbellone.