Bonnie Tucker / FST
Santa Catalina, el complejo de edificios mejor preservado de todas las estancias jesuíticas de la provincia Córdoba en la región central de la Argentina, queda a poca distancia a caballo de El Colibrí, uno de los hoteles boutique rurales más perfectos del país. Usted puede llegar hasta allí también a pie o en una de las bicicletas provistas por el hotel, pero ¿quién quisiera perderse la experiencia de ver (desde el lomo de uno de los caballos criollos de la propiedad, todos de riguroso pelaje overo blanco y negro) cómo se acercan las blancas torres barrocas de la iglesia de la antigua misión?
Apenas pasando el control de la entrada de El Colibrí se encuentran el club house y dos canchas de polo perfectamente acicaladas. El Colibrí tiene su propio equipo de polo. Pero también ofrece la oportunidad de que los huéspedes aprendan o perfeccionen su juego allí.
El Colibrí es la creación de Raoul Fenestraz, miembro de una de las míticas familias hoteleras francesas cuyos establecimientos figuran en la lista del selecto grupo The Leading Hotels of the World. Con su esposa Stéphanie y los tres hijos de la pareja, dejó el confort de París y Courchevel en 2001 para establecerse en Córdoba por el polo, la tranquilidad y la vida al aire libre de esta parte de la provincia. El acceso rápido y fácil al aeropuerto de la capital provincial (70 km) y a conexiones con Buenos Aires y destinos del exterior, también influyeron en la elección.
Para los aficionados de la historia, la cercanía de Santa Catalina (7 km) es uno de los atractivos de una estada en El Colibrí. Les recuerda que merced a la labor de los jesuitas, la Argentina colonial pudo disponer de artesanos y obreros calificados autóctonos.
Durante la mayor parte de su primera presencia en la futura Argentina (desde 1585 hasta 1767), la Compañía de Jesús financió con los ingresos provenientes de su red de estancias la labor de sus misioneros, así como la de sus escuelas y universidades en los centros urbanos. Los obreros en aquellas propiedades rurales fueron esclavos africanos e indígenas locales quienes recibieron alojamiento, comida, enseñanza religiosa e instrucción en artes y oficios que ejercieron sin paga, y además aprendieron a leer, escribir y tocar instrumentos musicales. La mayoría de ellos prefirieron este trato a la abyecta esclavitud a la que sabían que serían sometidos en las grandes propiedades de los colonos españoles vecinos. La riqueza producida por las estancias jesuíticas bien organizadas convirtió a la orden religiosa en un Estado dentro del Estado, suscitando la envidia y desconfianza de los reyes de España, Francia y Portugal, quienes expulsaron a los jesuitas de sus dominios locales y de ultramar durante la segunda mitad del siglo XVIII.

La estancia más grande fue Santa Catalina. La Compañía de Jesús compró la tierra en 1622 con unos pocos edificios en mal estado, mucho ganado y poca agua. Los curas no se arredraron; construyeron un ingenioso acueducto subterráneo que transportaba, por fuerza de la gravedad, agua desde las sierras de Ongamira. El sistema de riego que así pudieron instalar creó una rica estancia con miles de cabezas de vacunos, ovinos y mulares, además de cultivos, dos molinos y talleres especializados en tejeduría, carpintería y herrería. Les llevó más de 100 años construir la iglesia barroca de estilo centroeuropeo de la estancia, finalizada en 1754. Esta iglesia, y muchos de los edificios de la propiedad, están intactos porque han sido mantenidos por los numerosos descendientes de Francisco Antonio Díaz, el alcalde de la ciudad de Córdoba, quien compró Santa Catalina en un remate siete años después de la expulsión de los jesuitas, y se fue a vivir allí con su familia. Los descendientes todavía usan la mayoría de las habitaciones los fines de semana o durante las vacaciones.
Virginia Díaz, una de los descendientes, y su marido, Sebastián Torti, han instalado un buen restaurante y negocio de artesanías en lo que fueran los aposentos de los esclavos. En el local, que llaman La Ranchería,
Procure hacer coincidir su visita con la colorida fiesta patronal que se celebra en la aldea al lado de la iglesia el 25 de noviembre, y la tradicional misa y procesión de acción de gracias que la familia Díaz realiza el último domingo de enero para conmemorar la milagrosa salvación de la muerte de su ancestro durante un ataque de indios.
Santa Catalina dista 20 km de Jesús María, uno de los pueblos del Camino Real, por donde pasaba el tráfico terrestre entre Lima y Buenos Aires en tiempos coloniales. A cinco kilómetros al norte de allí, por la Ruta Nacional 9 que corre paralela al Camino Real original, se encuentra la Posta de Sinsacate, construida en 1709 para alojar a viajeros. Facundo Quiroga, el notorio caudillo riojano, fue velado en la capilla de esta posta luego de morir en una emboscada en el vecino paraje de Barranca Yaco en 1835.

FOTO CRÉDITOS: Los caballos overos de El Colibrí frente a la Iglesia de Santa Catalina, Bonnie Tucker. Caballos de polo frente al Club House de El Colibrí, Bonnie Tucker. La pileta y la sala de estar principal de la estancia "de charme", El Colibrí. La universidad e iglesia que los jesuitas construyeron en la ciudad de Córdoba a principios del siglo XVII, grabado de época. El compositor Domenico Zipoli, retrato de época. La Posta de Sinsacate, Bonnie Tucker. La emboscada en que murió asesinado Facundo Quiroga, grabado de época.