Tandil

Sierras y mucho más.

Bonnie Tucker / FST
Para quien llega por ruta desde el norte, las antiguas sierras precámbricas que enmarcan la pequeña ciudad de Tandil en medio de la llanura pampeana insinúan aventura, si no misterio. Algunos edificios en torre se apiñan al pie de un cerrito coronado por un castillo de factura morisca; el resto de la ciudad de casas bajas y placenteras calles arboladas se extiende sobre terrenos ondulantes en torno a ellos.
Los árboles más altos pertenecen al barrio más antiguo, aquel que fuera ocupado por personal jerárquico del Ferrocarril del Sur durante el auge del sistema ferroviario argentino, cuando fue manejado por ingleses, desde fines de la década de 1880 hasta mediados del siglo XX. Los árboles más pequeños fueron plantados por gente que se afincó allí en años posteriores y quería continuar disfrutando del confort que da la sombra en una región que no tiene especies autóctonas de follaje tupido.

El visitante nota que muchas calles están adoquinadas – testimonio de la faceta picapedrera de la historia y personalidad de la ciudad. Se ve obligado a reducir la marcha para pasar los lomos de burro que protegen a la población de los adictos a la velocidad y las cunetas por donde escurre el agua que baja rauda de los cerros cuando llueve fuerte.

El sistema de drenaje complementa una de las rarezas más notables de Tandil: una represa que se encuentra a no más de 10 cuadras del centro; se erigió después que parte de la ciudad se inundara en 1951. Desde entonces, la gente ha construido confiadamente sus hogares hasta el pie mismo de la pared de 12 metros; detrás hay un lago de unas 19 hectáreas rodeado por un parque arbolado donde los vecinos leen, toman sol y pasean en torno al espejo de agua donde gente más activa pesca y practica canotaje o windsurf.

Esta ciudad de unos 130.000 habitantes no es muy grande y, tarde o temprano, el visitante seguramente se topará con el edificio más antiguo: una posta del siglo XIX que hoy día alberga
Época de Quesos, una famosa quesería y restaurante que comercializa más de 50 tipos de quesos, jamones y salchichas. Son productos que elaboran descendientes de los inmigrantes españoles, italianos, daneses, belgas y holandeses que llegaron antes y después de la construcción del ferrocarril. Las numerosas fábricas de quesos, cuyos procesos de fabricación van de lo más moderno hasta lo artesanal, revelan la raíz agraria de la ciudad.
Frente a la Plaza Independencia, la catedral de estilo ecléctico tiene dos torres y una cúpula en forma de torre, cuya inspiración es atribuida por algunos a la Iglesia del Sagrado Corazón de París. Los frescos que adornan las paredes, el suntuoso altar principal dorado a la hoja y los altares menores recuerdan el interior de una iglesia de una próspera ciudad europea del siglo XVIII. Sin embargo, el edificio adquirió su aspecto actual en una remodelación realizada hace tan solo 40 años.
En el verano, los frondosos tilos de la plaza dan una sombra tan fresca como el aire acondicionado.
Frente a la iglesia, una maqueta metálica del fuerte fronterizo que fue la simiente de la ciudad recuerda al viajero lo mal que los primeros colonos europeos lo pasaban en el siglo XIX antes de que la campaña militar dirigida por el general Julio A. Roca matara, ahuyentara o encerrara en reservas a los indígenas de la zona. La posta donde ahora opera Época de Quesos fue uno de los primeros edificios construidos fuera de los confines del fuerte, y su sótano se usó tanto para almacenamiento como para protección contra posibles malones.
Los indígenas, que solían apacentar en las buenas praderas del lugar el ganado que les robaban a las estancias europeas, fueron quienes le dieron a la ciudad el nombre que hoy tiene; “Tandil” significa “piedra que late” en lengua mapuche. Se referían a la gran piedra que oscilaba en equilibrio sobre una inclinación roma en la cúspide de un cerro a 5 km de lo que ahora es el centro de la ciudad. Apodada “La Movediza” por los españoles, ya hacia 1880 era una atracción turística internacional porque la construcción del ferrocarril inmediatamente luego de la “Campaña del Desierto” posibilitó un viaje rápido y cómodo desde Buenos Aires. Los visitantes se divertían colocando botellas en el punto de contacto de la Movediza con su base en el cerro para ver cómo el vidrio se rompía unas horas después –indicación de que la piedra se movía, aunque en forma imperceptible. Fotos de la época muestran La Movediza y las otras piedras a su alrededor cubiertas de graffiti y publicidad, prueba de que la tentación de someter las maravillas de la naturaleza al vandalismo era tan fuerte hace un siglo como lo es en la actualidad. El deseo de pavonearse también: las fotos más famosas muestran personas paradas –y hasta haciendo equilibrio sobre una mano– encima de la piedra.
Luego de muchos milenios de hacer equilibrio, La Movediza se cayó una tarde calurosa de febrero de 1912. Durante muchos años, los tandilenses dijeron que la había fulminado un rayo. Pero ahora que muchos vecinos se han convencido de que la explotación de las canteras está destruyendo los cerros que hacen única su región, algunos historiadores sostienen que La Movediza fue dinamitada por obreros de una cantera cercana que se cansaron de las permanentes interrupciones de su trabajo ocasionadas por extranjeros adinerados que querían fotografiarse junto a ella.
Durante 95 años, los tandilenses lamentaron la ausencia de La Movediza, ignorando El Centinela, una gran piedra en equilibrio que milagrosamente ha sobrevivido los trabajos en otra cantera, en otro cerro, y permanece en su lugar sin moverse. Pero es La Movediza, y no El Centinela, la roca que aparece en el blasón de la ciudad. Finalmente, en 2007, la Secretaría de Turismo de la

Nación pagó 500.000 pesos para fabricar un clon de La Movediza y colocarlo en el lugar de la piedra original. Hueca, hecha de resina, más chica que su predecesora y fijada al cerro, la falsa piedra está rodeada por barandas que se supone sirven para evitar que los visitantes se caigan del cerro, y a la vez proteger la superficie rocosa de sus aerosoles.

Mientras tanto, El Centinela se yergue libre de ataduras en el cerro homónimo, llena de graffiti en las caras que son accesibles al público. Hace una década que funciona allí un centro recreativo donde uno puede hacer senderismo o soga tirolesa, cabalgar y andar en bicicleta todo el año o divertirse con toboganes de agua en verano.

Pero la mayoría de los visitantes van para disfrutar de una exquisita gastronomía regional en el Parador del Cerro o en un restaurante que ofrece una vista estupenda de la ciudad desde la cima de un cerro cercano, al que se accede en una aerosilla.
El otro cerro famoso de Tandil es el Monte Calvario, cuyas laderas arboladas albergan el Vía Crucis más célebre del país, hecho con estatuas que están distribuidas a lo largo de un sendero que asciende hasta un gigantesco crucifijo ubicado en una plaza en la cima. Construido en la década de 1940, atrae a miles de peregrinos durante Semana Santa.
Sin embargo, los principales atractivos de Tandil ya no son ni su Vía Crucis ni sus fiambres. Es una ciudad tranquila, la gente es amable, y no hay industrias contaminantes. El turista va allí para descansar, disfrutar del aire puro y practicar deportes en los cerros –o en el cielo.
El Club de planeadores de Tandil (02293-431-243), que dista 15 km del centro, es el segundo más antiguo del país. Sus miembros, que ofrecen a los turistas vuelos de bautismo, disfrutan todo el año de las corrientes de aire ascendentes que prodiga la peculiar topografía del lugar. El Hangar del Cielo, un aeródromo a 7 km del Club de planeadores, ofrece vuelos en parapente o en ultraliviano.
El Aero Club Tandil, más cerca de la ciudad, brinda a quienes gustan de la adrenalina saltos en paracaídas con caída libre de 3.000 metros con instructores especializados.
La ciudad tiene dos clubes de golf donde pueden jugar visitantes: uno con una cancha fácil, y otro con una cancha difícil, rodeado por un club de campo.
En las sierras de Tandil el senderismo, el ciclismo, la escalada en roca y las cabalgatas son las principales actividades de aventura amigables con el medio ambiente que se practican, y las excursiones en cuatriciclos –desgraciadamente bien atrincheradas en el universo recreacional del hombre urbano argentino– las del otro tipo.
Dos prestadores ofrecen cabalgatas en los cerros de Tandil. Son muy distintos entre sí, pero ambos son buenos e informan a los jinetes sobre la flora local.

El Penacho (02293-447-015), que se encuentra al lado de la colonia de vacaciones Don Bosco, es un emprendimiento de los Heredia que pone al visitante en contacto con las costumbres de las familias del interior. Son amansadores profesionales cuya casa rebosa de trofeos ganados en concursos de arte ecuestre criollo. Gabriel Barletta (02293-427-725) es un pintoresco showman que hace todo lo posible para conseguir que sus clientes pierdan el miedo a los caballos y aprendan a cabalgar, y su excursión vespertina termina con canciones en torno a un fogón. Uno de sus programas se desarrolla dentro de la Reserva Natural Sierra del Tigre, donde animales autóctonos como llamas y guanacos andan libres, y se prohíbe la entrada a los ruidosos cuatriciclos.
De todos los 80 hoteles, hosterías y complejos de cabañas y departamentos disponibles para el turista, dos hosterías en las afueras de la ciudad tienen un encanto especial para quien busca tranquilidad y contacto con la naturaleza:

Ave María (02293-422-843), una casa de estilo normando rodeada por un bosque en una estancia de 400 hectáreas, y Las Acacias (02293-423-373), un casco de tambo genialmente restaurado, cerca del club de golf tradicional.

Los viajeros que buscan una opción “bed and breakfast” especial se alojan en lo de Michael y Judy Hutton (02293-426-989) en el centro. El matrimonio eligió Tandil como lugar de retiro luego de manejar estancias en Corrientes durante más de 40 años, son amenos conversadores, y preparan un inolvidable Pimms.
Tandil tiene otra ventaja más para el viajero: su proximidad a Buenos Aires (360 km – 5 horas en bus, 4 horas en auto) y a ciudades balnearias como Mar del Plata (168 km) y Pinamar (200 km) en la costa atlántica. Esta cercanía es una tentación de pasar una semana disfrutando de los contrastes entre las sierras y la costa de la provincia de Buenos Aires.
Para mayor información sobre las opciones tandilenses,